3º bajo cero. La temperatura era fría en la ciudad.
Hoy día 15, volvemos de marcha por el prepirineo.
Pese a las pocas horas de reposo nocturno, hay ganas de aventura en este grupo.
La pandemia nos ha privado de la presencia de personajes entrañables, Mila, por obligaciones laborales, Pepe Gargallo, nuestro entrañable galeno, etc.
Diez y seis supervivientes; parecen pocos, pero han cundido lo suyo en la jornada de hoy.
Tras unas pocas observaciones preliminares, la camarilla, de imprecisas edades, va ocupando sus asientos en el autobús. Amantes de la buena vida y de la vida en general; donde se establece una sociedad anónima en la cúspide de la jovialidad.
Quien nunca falla es Pepe C. Benditas sean las venerables canas que traen consigo pequeños fragmentos de filosofía y gran sentido de amabilidad.
Atisbo saludos en tono cordial, algún guiño no exento de picardía, siempre mejor que las sonrisas enfurruñadas.
Salimos a la hora acordada, y previstos de mascarillas.
Cuchicheos confidenciales, cabezadas de algunos borrachos de sueño; bien para ocultar su emoción o para absorber su contenido; nota predominante durante el viaje, nada que ver con un “pijama party”.
Los llanos de la Violada se encuentran blancos.
Quiero detenerme, creo haberlo contado.
Hace ya varios años, tuve la ocasión de hacer de Cicerone en una excursión con unos amigos británicos. Observaban todos los detalles con gran atención. Cuando pasamos a la altura de la Ermita de la Virgen de la Violada, la sorpresa de mis amigos fue mayúscula:¡Semejante combinación les parecía inverosímil!
Lo que mis buenos compañeros no sabían, es que por allí pasaba una importante calzada romana que unía Cesaraugusta con Osca. De hecho, su importancia era tal que recibía el nombre de “Vía Lata” (Vía ancha).
La transformación de “Vía Lata” en “Violada”, era inmediata, sin que tenga nada que ver con ningún desdichado momento.
Simplemente como dato curioso.
A las 9´30 horas, en Plasencia del Monte, el puntual servidor el sol, acababa de levantarse y empezar a lanzar su luz sobre la mañana.
A cierta hora necesitamos abono para entrar en calor, las reservas de paciencia empiezan a menguar, paramos a desayunar en el Jabalí, en el Embalse de la Peña.
Se convocó a la camarera para solicitarle la correspondiente manufactura de provisiones.
Yo me calce entre pecho y espalda un ponche caliente… amigos, una infusión agradable, con el frio de fuera consigue templarte el interior.
Hoy nos ha faltado el clásico bizcocho de Mamen. Tenía razones suficientes para ausentarse, y se le ha echado en falta…no por el bizcocho claro.
Una vez absorbido el desayuno, quedo pronto ejecutado, y con sonrisa suplicante de la voz de mando, limpiamente abandonamos el lugar.
Ante nosotros, una ruta que transcurre por la cara Norte de la Sierra de Santo Domingo. Podría decirse más bien travesía, comenzamos en Villalangua, aldea perteneciente al municipio de las Peñas de Riglos, a orillas del rio Asabón, de no más de una docena de habitantes hoy en día, para terminar en Agüero. Una excursión marcada por diferentes contrastes paisajísticos.
Contentos porque vamos a seguir rindiendo culto a esas tierras cuyas voces se van apagando lustro tras lustro. Sierras solitarias, calladas, cuya vegetación, aliada con el tiempo, va fagocitando el entorno de las pardinas, el recuerdo de sus gentes, su historia…
Fotografía de presentación, posando con sonrisas, y eso demuestra que cara poner cuando se tiene experiencia.
Es cuando le pregunté a una amiga:
¿Con que te lavas la cara, que tan colorada estás?
Y ella me respondió manteniendo la métrica:
Me lavo con agua clara, y Dios pone lo demás.
Y nos echamos a reir.
Nos introducimos las botas y preparamos las mochilas. Los cuatro grados bajo cero, hacen que salgamos como los mozos en un encierro de San Fermines, y comenzamos la andada por una pista que pronto se convierte en camino, hasta adentrarnos en un pinar.
Momentos después, pasamos junto a unas vistosas cascadas como la de Fuente de la Rata, con un arroyo con vocación de rio del que se abastecen algunas localidades.
Tras un corto periodo de tiempo, aproximado a la media hora, nos presentamos en las puestas de la Foz de Salinas, donde aparecen unas formaciones verticales rocosas que invitan a perpetuarse en fotografías.
Nuestra trocha continúa por los antiguos campos aterrazados del núcleo abandonado de Salinas de Jaca, y ascendemos por unos bancales hasta los restos de la Iglesia, hundidos por los movimientos de tierra que obligaros a su desalojo. Viejas moradas, diseminadas y cubiertas por la maleza. Resisten restos de su Iglesia, con aparente peligro en su interior.
Las casas viejas y los campos me parecen amigos vivos. Lugares donde nunca pasaba nada, y pasaba de todo.
Quién no se ha emocionado con un pueblo vacío, es que no tiene corazón; salvo cerebros a medio cocinar.
Permitirme la licencia:
Oh qué planta sutil la verde hiedra
Que se encarama por la vieja piedra.
Bien busca el alimento, yo diría
En su celda tan solitaria y fría.
Por saciar su capricho, es bien seguro,
Se ha de caer la piedra, hundirse el muro.
Y el polvo de los años en montón
De su apetito es la satisfacción.
Creciendo donde nunca se ve vida,
La verde hiedra es planta distinguida.
En dirección Sur, un camino de herradura hacia un monte de pinar, nos deja en el collado de la Osqueta, donde el sol nos acaricia invitándonos a quitarnos ropa e ingerir algún sustento.
Nos recuerda a la Muralla China de Finestres, preciosa excursión que hicimos hace unos años.
Claro y agradable estaba el cielo, perfumado el aire, embellecido aún por las sombras cambiantes que pasaban rápidamente sobre él al alejarse y deshacerse las leves nubes a medio formar bajo la luz del sol mañanero, mientras los Buitres daban vueltas tras pillar alguna térmica.
De vuelta por la característica brecha iniciamos el descenso por la vertiente Norte hasta unas edificaciones ganaderas, los corrales de la Raboser, según ponía en un cartel.
Cualquier de ambulante curioso se siente especialmente cómodo por esta ruta, porque te ofrece muchas imágenes que almacenar y, como decimos, no se acaba nunca, momentos curiosos y en nuestra memoria a la caza de recuerdos y el acopio de imágenes.
El camino ha discurrido por senderos y pistas, con la conversación consagrada al delicioso panorama que nos rodeaba por todas partes de la topografía.
Llegamos a la famosa cueva Al Foraz, una impresionante gruta incrustada en la roca, donde nos hacemos varias fotografías.
Seguimos caminando y nos topamos de frente con la Peña Sola, el Mayo de mayor altitud. Anika me dice que le recuerda al “Puro de Riglos”. Pronto acabamos la ruta, el autobús nos está esperando.
Toca comer, empezamos a salivar; Antonio me confirma, comeremos en el Camping. Pero antes hay que escoscarse, ni los jóvenes (de espíritu) olemos a Lavanda, ni los más jóvenes a Nenuco.
Los ojos chispeaban de deleite al sentarse a disfrutar del sustento. Es cuando la malta y lúpulo germina y hace acto de presencia.
La amable camarera comenzó escanciando jarras de cerveza sin parar, nunca están quietas, siempre en dirección gaznate. Hay sed del líquido ámbar, algunos repiten, les entra la risa tonta, pero siempre evitamos el segundo estado de la cogorza.
Los productos desaparecieron con una rapidez que testimoniaba al mismo tiempo la excelencia de las provisiones y el apetito de los consumidores. Los anfitriones tomaron un aire de compasión y se retiraron del lugar; y en consecuencia la comida quedo rápidamente despachada.
Consagrado el festejo y la animación, es cuando el orache decide por nosotros; hay que volver, poner fin a una interesante jornada. Tomar asiento en el autobús, embotellar el cansancio y ponerle tapón. Momento en que cada cual queda inmerso en sus propias reflexiones y se lanza una mirada de triunfo.
La luz del crepúsculo se extinguía repentinamente, sin centelleo previo a modo de aviso cuando llegamos a Zaragoza.
Con la ceremonia de la despedida, se intercambian adioses con deseo de volver a disfrutar en otra ocasión, volver a dilatar las ventanillas de la nariz y permutar afinidades.
No extraigáis consecuencias exageradas de mis palabras; pero que la lectura de este texto improvise alguna sonrisa. Quedaré gratamente agradecido.
Salud a todos.
Miguel Ángel Calleja