Día 17 de octubre de 2021
Son fiestas en Zaragoza, este año son menos festivas; la maldita pandemia nos exige prudencia, algo así como cuando subes a una montaña y en el descenso cuidas de no tropezar y caer, como decimos en Aragón, «de morros».
Hoy nos vamos a tierras de la Jacetania, a ese paraíso de la naturaleza que es la Selva de Oza; sí, vamos en estos días en que la montaña oscurece y asume la púrpura magnificencia de unos colores que solo el oro puede imitar. Además, Maite y un servidor, nos colamos bajo el paraguas de las gentes del Stadium Casablanca, todo un seguro para pasar una buena jornada montañera.
Quedan unos minutos para las seis de la mañana, las calles están tranquilas, nadie diría que son fiestas. La Puerta del Carmen, que tantas batallas vivió, nos ve pasar camino del Museo Pablo Serrano, lugar de salida.
Más de una veintena de animosos montañeros, entre los que vemos sabia nueva, cosa que a gentes maduras como nosotros nos alegra enormemente, subimos al autobús dispuestos a nuevas conquistas.
En mis auriculares sintonizo «SER Aventureros». No sé si es por el madrugón, no sé si por las nuevas autovía, pero el Ponseti me dura menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Abro el ojo en Sabiñánigo, ciudad que comparte fiestas, o «no fiestas», con Zaragoza.
Una parada (necesaria) en Hecho y pronto estamos en el bus. Al paso por Siresa, echo un vistazo al pueblo, observando que aún duerme. El «chofeur» gira el volante una y otra vez, salvando las estrechas curvas de la Boca del Infierno, magistralmente esculpida por el río Aragón Subordán, cuyas aguas remontamos hasta el parking (1120 m.), no sin antes recoger a un par de miembros que, lo aseguro, no necesitan fiestas para el jolgorio. El look montañero de verano queda escondido bajo segundas y terceras capas, pues aunque vamos a tener un buen día, a estas horas hace algo más que fresco, cosa que delata la escarcha que cubre el prado.
Comenzamos a caminar bajo la escolta de las proas de dos naves: Castillo d´Acher por el este y Chipeta Alto por el norte, ambos luciendo su impresionante estampa. Tomamos la senda señalizada por un cartel que indica a Peña Forca y Collado de Estribiella.
El camino se adentra en el bosque de Oza: pinos, arces, hayas, abedules, luchan en esa hermosa batalla que se desarrolla en el campo de la paleta cromática, en la que el verde, poco a poco, va dando paso a los múltiples tonos dorados. El rumor del barranco de Estribiella, que nos acompaña en todo momento, completa la estampa de esta primera fase de la ascensión.
El sendero se va estrechando, su desnivel nos invita a despojarnos de las capas de abrigo y lucir brazos dorados a orillas del Mediterráneo, Cantábrico, o vaya usted a saber en que tostadero veraniego.
Salvados los primeros 300 metros de desnivel, el bosque da paso al prado. En estas fechas el ganado pace en cotas más bajas, pero su huella «ahí queda».
A nuestra izquierda, sur geográfico, comienzan a asomar los primeros picos de la Sierra de los Alanos.
Tras un trecho de senda alcanzamos la parte superior de un valle, aquí nos dejan la pareja (los el jolgorio) que recogimos en la carretera de Oza. Al fondo divisamos un collado, pues eso ¡a por él!.
La «cuestecica» va haciendo mella en un par de miembros y deciden quedarse en el pastizal a esperar la bajada del resto.
Nos dirigimos al fondo del valle por una fuerte subida con algunos tramos que exigen levantar la garra algo más de lo físicamente posible (al menos para algunos), menos mal que una sirga y las manos de los más fuertes de «casta casablanquista», ayudan a quienes necesitan de un soplo de energía. Se trata de una pequeña trepada que, no habiendo nieve ni hielo, no necesitan de más ayuda.
Alcanzamos el collado, pero ya se sabe: «detrás de un collado hay otro collado» y el nuestro ya lo vemos, está algo más arriba, solo queda salvar otro pequeño valle, una especie de segunda grada, para alcanzar el collado de Estribiella, o Estriviella (2000 m.), pues de ambas formas denominan los mapas a este paso que une los valles de Zuriza y Echo.
Un breve descanso nos invita a echar la vista atrás y disfrutar de las bonitas vistas de todo el valle que hemos recorrido y de los impresionantes picos de los Alanos con la Faja de Mazandú sobre los llanos de Tacheras (o Taxeras).
Se adivina, asimismo, la senda que asciende al Paso de Chandalán o Achar de Taxeras, paso obligado para descender hacia Siresa.
Foto va, foto viene y nos ponemos en marcha para salvar los 40 metros que nos quedan para alcanzar el pico Estribiella (2048 m.).
Al paisaje descrito en el collado, aquí en la cima, se unen otros muchos: desde los cercanos Chipetas Alto y Bajo, hasta el Middi d´Ossau; desde el Castillo d´Acher hasta el Bisaurín; desde el Petrechema hasta La Mesa de los Tres Reyes; así como, bajo nuestros pies, la Selva de Oza y la Guarrinza, ambos dibujados por el Aragón Subordán que se deja caer desde Aguas Tuertas.
Toca descender, cosa que podría hacerse por el collado de Tortiella y barranco de la Hierba; sobre el mapa, algunos ya lo sabemos. Hay quien, desconociendo la ruta, plantea hacerlo por allí, pero la voz de «Doña Prudencia», mujer de las montañas, y la sensatez de quienes ostentan la responsabilidad de devolver a más de veinte almas a casa, salvos y sanos, nos llevan a bajar sobre el mismo recorrido de subida.
¡Hala pues, vamos p´abajo!. Descendemos hasta el collado, los menos avezados en pasos un poco complicados piensan el tramo de trepada y sirga, en que si podrán destrepar; en que ¡madre mía!. Salvado esto, con la ayuda de unos y otros, dicen: ––pues no era para tanto––.
Y así es, con las pulsaciones recuperadas, seguimos bajando por el vallecillo, o grada, superior, hasta detenernos en el prado, junto a las aguas del barranco de Estribiella, pues suenan melodías orquestales, en las que un solo de corneta toca «a fajina». Aquí nos esperaban las dos miembros (o se dice mienbras, no sé) que habían quedado en la subida. De las mochilas, como de una chistera, van saliendo los más ricos y variados productos gastronómicos propios del excursionista montañero.
Entre bocado y bocado, admiro las paredes que nos rodean, pintadas por la naturaleza que, caray, también sabe hacer bellos graffitis.
Sol y sombra
Cumplida esta santa tarea, seguimos descendiendo y, a la vez, disfrutando del paisaje que, ahora, a estas horas de la tarde, la luz solar embellece más si cabe.
El bosque se ilumina a nuestro paso, caen las hojas, cada una habla de su airoso vuelo desde el árbol otoñal. Llegan días de larga noche y corto día, pero antes de que el invierno nos atrape, volveremos a las montañas a capturar con nuestras retinas la belleza que esta cantada estación nos brinda.
Como escribía Mario Benedetti: «Aprovechemos el otoño antes de que el invierno nos escombre. Entremos a codazos en la franja del sol y admiremos a los pájaros que emigran».
Poco a poco vamos llegando a las orillas del Subordán; vacas y ganados se abren paso entre los coches para pastar. Hemos de montar al bus para que nos devuelva a casa, pero, amigos, nos hemos ganado unas dosis de cerveza y ––¡conductor, pare en Hecho que bajamos un rato!––.
Ha sido una agradable y algo exigente ascensión a un pico que no figura, ni figurará, entre los más «guays» del Pirineo aragonés, pero la belleza que ofrece su cima y el buen ambiente que hemos vivido con la compañía de estas gentes del Stadium, a mí al menos, me ha llenado de satisfacción.
Hasta pronto