MONCAYO
Mi primera excursión con la entidad el Stadium Casablanca fue al Moncayo y después de esa salida, una detrás de otra.
En esta ocasión se celebraba el 61 aniversario de la entronización de la Virgen del Pilar en el Moncayo por el Stadium
Ocasión especial para volver a subir, una vez más, a esta entrañable montaña que cada mañana y cada tarde la veo al ir hacia el trabajo con sus diferentes formas y colores.
Como ya es tradición un encuentro a mitad de camino para desayunar, tomar un café, saludarnos y reencontrarnos para charlar con los que hacía tiempo que no nos veíamos
Puntuales a las 9 de la mañana íbamos saliendo de nuestros coches para estar presentes con las botas puestas y participar, aunque como espectadores y para dejar constancia con una foto, de la plantación de un árbol conmemorativo en el parking Haya Seca.
Algunos con prisa, otros sin tanta prisa ya emprendemos la subida con un breve reagrupamiento en la explanada del Santuario. Caco me comenta, en la montaña cada uno tiene que saber seguir su ritmo y así es, paso a paso y con cuidado entre las piedras, el grupo se estira serpenteando entre el verdor de la colina.
Es de agradecer para poder rendir mejor en la andada que el día esté cubierto, el cielo gris no nos abandonará en toda la jornada.
Con cuenta gotas vamos acercándonos a la Virgen que en lo alto nos recibe en su pedestal. Con una ofrenda de flores, y su foto, dejamos constancia de nuestro homenaje. Es el mes de María, mes de las flores.
Sopla el viento, aunque suave, pero lo suficiente para dejarnos los dedos de las manos helados. Nos abrigamos. Capa sobre capa, nos ponemos toda la ropa que llevamos para guardarnos del frescor, gorros y guantes reviven en el mes de mayo, aunque todos sabemos que estamos en el Moncayo.
A resguardo se comparte la sandía que como tradición se sigue subiendo.
Y como cada uno tiene su ritmo y se respeta, el primero baja una vez ha tocado chufa acompañado de sus fieles escuderos, uno por delante y otro por detrás. Parece que le da respeto la niebla que acaricia el collado.
Transcurre el tiempo y como si fuera un reloj de arena, granito a granito, van apareciendo, sin prisa, los miembros de la expedición y una vez cambiados nos dirigimos hacia el restaurante para compartir juntos, la comida.
Una vez más hemos subido y hemos bajado sin complicación, sin averías remarcables, con la satisfacción de contemplar el paisaje desde lo alto, de tener el contacto con la naturaleza y sobre todo de poder disfrutar, charlar y compartir la amistad que un grupo de montañeros siempre están dispuestos a acoger.
El Moncayo seguirá esperándonos otro día.