Formigal
Año realmente duro este, el que va a acabar. Tras tanto encierro y distancia social, tantos miedos e incertidumbres. Qué gusto me da dejar esta niebla de varios días atrás, allá en Zaragoza, y marchar hacia la montaña, a gozar del sol y respirar aire puro. Y qué gusto me da retomar el contacto con los compañeros del club de montaña, ahora al filo de las Navidades, al cabo del fin de año. Junto a los de siempre, veo caras nuevas. Buena señal: el club recibe savia nueva.
Paquetón de nieve contra el cielo azul aquí, en Formigal. El pico Midi d’ Ossau me sonríe desde el lado francés, tomando el sol, recordándome pasadas excursiones que hice en torno suyo. Tras las fotos de rigor, que tardan un poco en salir, lenta marcha ascendente del grupo hacia el Pico d’Estremere. Encuentro que camino lento y torpe, en especial al avanzar de flanco sobre la nieve blanda por el calor del sol. Pero no me desanimo y sigo siempre hacia arriba, respirando fuerte. Hago alguna parada para tomar fotos. Precioso luce Formigal y alrededores. Antonio queda algo más abajo con los más novatos del grupo. Yo asciendo con cuidado junto a Eva y Pablo, que van haciéndose bromas, como tienen por costumbre. Eva, además, se queja de la nieve. Llegamos casi a la cumbre. De nuevo aparece Formigal allá abajo, en el fondo del valle, flaqueado por montañas cubiertas de nieve. Nos alcanza Mamen, risueña. Nueva sesión de fotos.
Mientras discutimos si merece la pena alcanzar la cumbre cercana, vemos como Pepe camina hacia nosotros, siempre taciturno. Una vez que nos ha alcanzado, lanza una breve mirada al paisaje y se dispone a descender. Decidimos seguirle, convencidos de que nos llevara por la nieve dura. Bajamos y bajamos, conducidos por Pepe y Pablo, que discuten a veces sobre el mejor camino. Al llegar abajo, descubrimos que nos queda un buen trecho hasta llegar a Formigal; pero no nos preocupamos. Seguro que nuestros compañeros que siguieron hasta la cumbre se demorarán un buen rato. Es posible incluso que coman allí y bajen a Formigal después, cuando les apetezca tomar un café al notar frío. Así que los cinco magníficos -Pepe, Pablo, Mamén. Eva y yo- tomamos el sendero que conduce a Formigal con tranquilidad, disfrutando del día. Finalmente, Antonio llama a Pablo. Nos enteramos de que los de la cumbre han bajado a toda pastilla desde la cumbre, se están cambiando en el aparcamiento y ya suspiran por las cervezas del bar. Una hazaña digna del séptimo de caballería.
Ante estas noticias, caminamos algo más ligeros, pero seguimos disfrutando del día. Por fin, la senda nos conduce a la carretera, donde nos transformamos de raquetistas en peatones. De camino al aparcamiento, nos cruzamos con nuestros compañeros que van camino del bar con sus pies ligeros. Pronto nos reunimos con ellos. ¡Qué alegre entra la cerveza tras haber cansado, bien a fondo, todo el cuerpo! Ya bien comidos y bebidos, descubrimos la sorpresa que nos han preparado Antonio y Milá para recibir las Navidades: un buen surtido de dulces, bien regado con varias botellas de cava. Ramón se consagra como un consumado escanciador. Iñigo no para de hacer bromas, como siempre que está contento. Pablo y Eva se enzarzan en una batalla de bolas de nieve con Daniela, la benjamina del grupo: difícil distinguir quién es más niño de los tres. Poco a poco, nos vamos reuniendo en torno a las mesas de dulces y cavas. Incluso regresan aquellos pocos que se habían escapado en busca del sol. Picoteando, bebiendo y brindando, nos abrazamos y felicitamos unos a otros por los buenos momentos pasados. Y nos deseamos mutuamente estar juntos otro año más, aquí en la montaña. A pesar del Covid y todo lo que se nos venga encima. Que así sea.
Al arrancar la furgoneta, ya camino de casa, se me echa el cansancio encima y caigo dormido en mi asiento al instante. Cuando despierto, rebasado el Monrepós, veo la niebla que nos recibe y avisa de lo que nos espera allá abajo, al llegar a Zaragoza. No importa. Me llevo conmigo la nieve, el cielo azul y la grata compañía. Lo mejor del día.
José Antonio.