La Peña Oroel es un emblema de la Jacetania, y hoy nos dirigimos a ella.
Hay dos fuerzas en el mundo que no se pueden combatir, la fuerza de la naturaleza y la fuerza del amor.
Fuimos muchos los jóvenes aragoneses de conciencia inquieta, que, movidos por la curiosidad de ese peñasco visible, dominante, anaranjado, y sobresaliente, lo ascendimos hace ya muchos años. Era como ese mundo intrincado que alimentaba la fantasía y el misterio para fabricar leyendas, y a la vez, un refugio seguro para rebeldes e irreductibles, donde los hechos históricos lo confirmaban.
Hoy ascenderemos por la cara Sur. Siempre supone un aliciente extra explorar nuevas rutas.
Calma total durante el trayecto, disfruto atentamente, con súbita atención los sonidos del silencio.
Llegamos a Sabiñánigo.
Liberados del cautiverio de los asientos del autobús, (con condiciones), y acabando de concretar los planes de la jornada, el grupito de gente de edades varias, con sus alegres risitas, desfilaban alegremente por la escalera del autobús dirección alfombra roja, y para que no desafine la orquesta, todos caminitos del sustento matinal.
Buenos días Esmeralda, que con sonrisa obsequiosa ella siempre responde; buenos días Irene, (chica nueva amadrinada por Mila), espero estés disfrutando del viaje, mucho sí gracias, no me había dado cuenta de que venias, oía responder. Se incorpora desde Rañín Fernando, deslizando alegres miradas en todas direcciones.
Ya en el interior del bar, las sillas se fueron ocupando, muchos de pie moviéndose sin parar, saludando a los amigos o pedir algo en la barra.
Observe a los clásicos con sus acostumbrados hábitos. Pablo con sobredosis de Coca-Cola y tortilla de patata. Mamen (ya la conocéis) hoy “coquitos”, y suma y sigue leales a sus costumbres.
El inicio de esta andada transcurre durante algo más de una hora, por una pista barnizada de reflejos húmedos, en buen estado. Había llovido la noche anterior, y eso ha evitado respirar polvo.
La ruta de hoy es una bonita opción, por estos lares circula menos gente que por la ruta Norte, desde el parador, donde finalizaremos esta excursión circular.
Tertulias de todo tipo a lo largo del camino entre terrenos margosos, por lo que se hace más llevadero.
Cabalgamos por zonas calizas donde domina el boj y el pino, con presencia de bosquetes de quejigos y, algún murete de piedra delimitando propiedades.
El camino gana altura y los pinos se incrementan en número apareciendo las primeras sombras.
El sendero discurre con tendencia ascendente, aunque muy suave. Siempre por encima de los enormes cortados de la cara sur. Es entonces cuando aparecen las primeras sombras.
Atrás dejamos el cartel indicativo de la Peña Oroel, y nos encontramos con la lastimosa estampa de la Ermita de la Virgen de la Cueva, cegada por un derrumbamiento en 2012. La naturaleza la creó y la naturaleza la destruyó. En el interior, había un manantial llamado “los pechos de la Virgen”. También la estrofa “Que llueva, que llueva, la Virgen de la cueva” tiene algo que ver con esta. Es aquí donde nos entretenemos un buen rato, agradecemos la buena sombra y, procedemos al primer avituallamiento.
El bosque sigue envolviendo al sendero, que por ahora resulta cómodo, vamos ganando altura sin demasiado esfuerzo y, penetramos en un arbolado de pinos centenarios.
Salimos del bosque y, observamos todo el lomo que nos queda por recorrer. El sendero progresa entre erizones y pequeño matorral.
Con José Luis y Maite, nos deleitamos con los recuerdos de su recodada experiencia en el Campo base del Everest, poniéndome los dientes largos.
Una vez en la famosa cruz, una pequeña representación del pirineo y su entorno es lo que se alcanza desde la cima.
Ahora toda la depresión intrapirenaica a nuestro alcance, vale la pena recorrer estos caminos silenciosos.
Contemplamos Jaca, identificada con los orígenes de Aragón, con aquel primitivo condado que llego a cristalizar en reino, y que fue la cabeza de una Corona que llevó el nombre de Aragón por todos los confines del Mediterráneo.
Surgen las anécdotas sobre los recuerdos de la primera vez que ascendimos a este lugar:
Una vez arriba, esperando la noche, aquella atmósfera oclusiva y envolvente te tatuaba el alma de mochila y gorra, y sus sonidos de la tarde bruja envolvían las voces en coñac de garrafón intenso y humareda de fogata. Las excursiones eran de otra manera. El aura pasajera, aquel engreimiento, aquella joven soberbia, me resultan hoy irrelevantes. Como ese mercenario que a todos nos invade a veces, como una efigie de sobrado, con su pose de atleta “grunge” y figura de vikingo desnaturalizado con ansia depredadora, con cinta de pelo de niña de las clarisas.
Después del picoteo, y hacernos algunas fotos, iniciamos el descenso hacia las sinuosas y concurridas cincuenta y cuatro curvas; bosque espeso, donde en su día, pusieron troncos laterales en algunos giros para asentar la tierra. Este sendero es agradable y está bien trazado.
Llegamos al Parador, se encuentra cerrado. Hay una gratificante fuente, donde mana agua fresca. Procedemos al aseo personal, y en la campa acondicionada con mobiliario para el sustento, nos acomodamos, y entre interesadas y divertidas conversaciones, degustamos los manjares que cada uno aporta.
El autobús nos transporta hasta Jaca, y junto al local de nuestros amigos de Aragón Aventura, hay un Bar con terraza al fresco que Antonio bien conoce.
Las cervezas desaparecen de las gargantas en poco tiempo.
El viaje de vuelta significa el fin de las actividades del club hasta septiembre. En un curso tan atípico, la memoria de actividades ha resultado satisfactoria como ha quedado demostrado y reconocido por los participantes.
En nombre de los organizadores:
“Buen verano a todos”.